sábado, 12 de junio de 2010


Ni él ni ella podían decir si esa servidumbre recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad, pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el corazón, porque ambos preferían desde siempre ignorar la respuesta. Ella había ido descubriendo poco a poco la incertidumbre de los pasos de su marido, sus trstornos de humor, las fisuras de su memoria, su costumbre reciente de sollozar dormido pero no los identificó como los signos inequívocos del óxido final, sino como una vuelta feliz a la infancia. Ppr eso no lo trataba como a un anciano dificil sino como a un niño senil, y aquel engaño fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasión.



Gabriel García Márquez

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